Combustibles: postergar no es la solución

La postergación hasta enero en la actualización del Impuesto a los Combustibles no hace más que acumular problemas inflacionarios en el futuro próximo.

La postergación de medidas, ajustes de tarifas, reformas impositivas u obras públicas ya es un clásico de la política argentina y la mejor demostración de que la impotencia es el dato que une a casi todos los dirigentes políticos, sin distinción partidaria alguna: los problemas de fondo no se encaran, se endosan y cada administración hereda lo que la anterior prefirió no afrontar en razón de mezquinos cálculos cortoplacistas. Y dejando para la inmediata posteridad el campo abonado para el abuso del recurso que alude a “la pesada herencia recibida”.

Lo más probable que es que vuelva a ocurrir dentro de poco más de un año, cuando la siguiente administración –sin importar su signo– reciba el regalo del diferimiento del Impuesto a los Combustibles. Tal como se dio a conocer esta semana, los cuatro ajustes que desde 2018 se realizan trimestralmente se postergarán hasta enero próximo, a lo que habrá que sumar los ajustes de 2021, también oportunamente diferidos. Nada más parecido a una bola de nieve que rueda montaña abajo y que, tarde o temprano, chocará contra quienes están en la base.

No se requiere de un ejercicio de extrema lucidez para comprender que es imposible que en los próximos meses se concreten los ocho ajustes diferidos, a los que deben sumarse los correspondientes a 2023, una empresa políticamente descomunal en las puertas de un año electoral y en el marco de una inflación desbocada, en la que cada aumento en el precio de los combustibles no hace más que repercutir en el ciclo de incrementos de buena parte de la cadena de producción y distribución de productos.

Tampoco hace falta repasar nuestra historia repetida para comprender que un nuevo gobierno no podría afrontar semejante sinceramiento sin destruir su propia base de sustentación. O al menos eso han pensado –y actuado en consecuencia– todos quienes antes prefirieron no lidiar con el problema. La política de subsidios de los últimos 15 años montó este drama singular, al retrasar tarifas, precios y cotización cambiaria, poniéndonos ante el dilema de seguir barriendo bajo una alfombra cada vez más insuficiente u optar por un sinceramiento que empuje a la pobreza a muchos argentinos.

Por cierto, no puede menos que señalarse otro absurdo tan argentino como lo es la existencia del Impuesto a los Combustibles, que pone al Estado a beneficiarse con las consecuencias de una inflación inducida, lo que permite recaudar a costa de una rareza, como lo es un gravamen que se indexa cada tres meses.

En ese mecanismo de relojería que debería ser toda la administración del Estado, cada vez que se toca una pieza por minúscula que sea se descalabra el conjunto. Nuestro país ha llegado a esa instancia en que todo el mecanismo ha sido afectado, al punto que estamos llegando al momento en que todo está ya tan dañado que torna inútil cualquier intento de reparación. Sería prudente detenernos antes de que ello ocurra.

 

Fuente: La Voz

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