Apocalipsis en Argentolandia. El dilema del Príncipe.

Teniendo en cuenta la incidencia de la cuarentena sobre las ventas de las estaciones de servicio, consultamos sobre las perspectivas al Dr. Merengue, especialista en historia, sociología y otras disciplinas. Nos respondió con una fábula.

Principios de marzo de 2020; llegan alarmantes noticias de Milán, el Véneto, Lombardía, Piamonte, Bérgamo; luego Barcelona y Madrid, advierten esas malas nuevas que la gripe asiática esta vez va en serio. Durante enero de 2020 el Gran Ministro de Salubridad supo que en la milenaria China se intentaba construir un hospital de mil camas en tan solo diez días. Acaso creyó que el Gran País asiático intentaba romper un record Guinnes. –La peste está lejos ¡No llegará!, dijo el Gran Ministro. Luego de los primeros apestados en Argentolandia se rectificaría: “No creímos que fuera a llegar tan rápido”.

Ante la evidencia, el Príncipe -alarmado- convocó a los expertos epidemiólogos, (al fin y al cabo, el Príncipe se ufanaba de contar con los mejores expertos en ciencias).

El Consejo de epidemiólogos se reunió –los otros consejeros reales no fueron invitados- y deliberó hondamente sobre la amenaza sanitaria. Luego dictaminó: –acertadamente en el acotado ámbito de su saber-: -debe contenerse al máximo la posibilidad de la propagación de la enfermedad, (como en la Edad Media, como en la peste negra), la receta es el más estricto aislamiento social. “Debemos aplanar la curva de los contagios” para que el sistema sanitario pueda dar adecuada respuesta a esta emergencia, y no lleguemos a ver hospitales desbordados de urgencias médicas, y desfile de ataúdes, como ocurrió en el Viejo Mundo. El Príncipe escuchó atento a los especialistas craneotecos y se avino a sus sabias recomendaciones.

Será la estrella polar de la acción sanitaria oficial. Medidas draconianas, nadie salga de su casa, nadie se acerque a nadie, basta de asados y de fútbol, besos y abrazos, cierren todas las tiendas, talleres, oficinas, nadie trabaje, todos vivirán de las arcas del Reino. ¡Mano dura y paternalismo para enfrentar la crisis!, Para eso tenemos un Estado todopoderoso (¿cómo vamos en las encuestas?, preguntará el Príncipe, día tras día, durante la larga crisis). Pero los Sabios consejeros epidemiólogos ignoraron que en Argentolandia desde tiempos inmemoriales las sucesivas casas reinantes omitieron aplanar la curva de la miseria, de la exclusión social, de la informalidad, del changuerío y del trabajo en negro. No les fue advertido que existen en el Reino vastas comarcas paupérrimas, asoladas por inmemorial mishiadura, ciudadelas de los Crotos, Villasmiseria, como sornásticamente las bautizaran los oligarcas del Reino, los contreras de Su Majestad. Los Sabios médicos no tienen por qué conocer de materias ajenas a su especialidad, si lo supiesen, no serían destacados especialistas sanitaristas. Claramente, un especialista es alguien que teme aprender cosas nuevas, pues dejaría de ser un especialista (dijo Harry Truman).

Y el Sabio Príncipe dijo a su Consejo de Sabios médicos: -tome este Consejo el lugar de Su Majestad y decida lo que sea de mejor juicio y conveniencia para la salud de los vasallos del Reino (vasallos y vasallas, se rectificó luego, temeroso de ofender al ala progresista de sus cortesanos). Pero los Sabios médicos solo saben de su ciencia. Cultivando su especial saber no han tenido oportunidad de estudiar política, historia, economía, leyes, finanzas públicas, estadísticas, ingeniería de obras y saneamientos, y otras muchas de las especialidades necesarias para formar el buen juicio del Príncipe, cada vez que este deba tomar sus delicadas decisiones.

Y los Sabios médicos aconsejaron: cuarentena para todos (“que incluye a todas” recordó el Príncipe, temeroso de la censura de sus cortesanos progresistas), pero los Sabios no vislumbraron las dificultades que las muchas comarcas paupérrimas del Reino suponían para hacer cumplir eficazmente el “Real Decreto de aislamiento social preventivo y obligatorio”. Los Sabios médicos ignoraban que en las incontables aldeas paupérrimas del Reino –las ciudadelas de los Crotos- el hacinamiento, la ausencia de instalaciones sanitarias, las calles de barro, las malsanas chozas, los malos hábitos y supersticiones, el cirujeo, la escasez de todo, conspirarían contra sus sabias recomendaciones médicas. Ignoraban también que el bajo pueblo no tiene ahorros y debe procurarse el sustento día a día con su trabajo.

El Príncipe, en su ensoñación, confió en que las infinitas arcas del Reino permitirían asistir a la multitud menesterosa en esta grave contingencia, y con ello acrecentar el amor de sus vasallos y su reputación de Sabio Príncipe. -Dios Proveerá, se dijo (Los hombres tienden a creer en aquello que les conviene, había advertido Julio César en su antigua crónica De Bello Gallico).

Contando con un viejo recurso, (que le fue dado por la experiencia de otros Príncipes del pasado) ordenó Su Majestad al Tesorero Real: -¡Rebajemos la ley de la moneda!, como muchas veces se ha hecho en este Reino; el pueblo no lo advertirá fácilmente, pues es proclive a los engaños. En vano el Tesorero intentó prevenir al Príncipe: -Su Majestad, corrompiendo la moneda se atizará el fuego inflacionario, el pueblo se hundirá en la amarga miseria, habrá luego estallidos sociales. -Patrañas de la ortodoxia neoliberal!, lo amonestó el Príncipe, siempre podremos acusar a los codiciosos mercaderes, agiotistas, por especuladores oportunistas desalmados e insensibles al hambre de los menesterosos. La ira del bajo pueblo será para con los mercaderes, a ellos perseguiré con mi Real Policía de Mercados. Luego nadie osará acusar por la futura mishiadura del Reino a su Majestad, que con tanto coraje enfrentó la peste venida de la china, desenvainando su invencible espada estatal. Actuaremos con determinación. Las encuestas nos acompañan!. El pueblo confía en su Príncipe y en su Consejo de Sabios. Mañana, Dios dirá, sentenció el Príncipe.

Y el pueblo caminó confiado, tras de su Rey, hacia el desastre.

El Príncipe creyó que debía elegir entre la ruina y la peste, y eligió la ruina, pensando que vencería a la peste. Luego de la ruina sobrevino la peste, y ambas azotaron al Reino de Argentolandia.

Fin de la fábula.

 

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